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Su corazón latía muy aprisa, como si estuviera apretado dentro de una cáscara demasiado dura. Colin pasó el brazo en torno a Chloé y tomó el grácil cuello entre sus dedos, bajo los cabellos, como se coge a un gatito.
—Sí —dijo Chloé escondiendo la cabeza entre los hombros, porque Colin le hacía cosquillas— tócame, me da miedo estar sola...

Boris Vian. La espuma de los días

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