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La belleza en este mundo no conocía fin, como tampoco la crueldad.

Harry Mulisch. El descubrimiento del cielo

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—¿Hay algo más bonito que la amenaza de la catástrofe? —dijo Max.
—La paz, imbécil, la paz.
—No digo la catástrofe en sí, sino la amenaza de la catástrofe. Acaso también la política pueda finalmente ser reconducida hacia la estética, lo mismo que la ciencia. Quizás el criterio último del mundo no sea la verdad, sino la belleza.

Harry Mulisch. El descubrimiento del cielo

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¿Existía en la tierra algún lugar donde se hubiera materializado la bondad en la misma medida en que allí había llegado a ser realidad absoluta la maldad? Si el infierno tenía esta sucursal sobre la tierra, ¿dónde estaba el cielo? No existía. Porque solo existía el infierno. Ese lugar era justo lo contrario del paraíso, y sin embargo el paraíso no existía.

Harry Mulisch. El descubrimiento del cielo

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Pero esa corriente ininterrumpida de teorías, bromas, consideraciones y anécdotas no constituía la verdadera conversación entre ellos. El diálogo principal era tácito, discurría por lo bajo sin palabras y versaba sobre ellos mismos. A veces emergía a la superficie en forma de insinuación, de la misma manera que antaño los pescadores del mar del Norte descubrían una bandada de arenques gracias a su reflejo plateado en las nubes.

Harry Mulisch. El descubrimiento del cielo

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Si hubiese habido en ese momento una luz encendida en el dormitorio, Ada probablemente no le habría contado eso a Onno; pero debido a la oscuridad que la envolvía, desapareció la conciencia del límite donde ella acababa y empezaba el resto del mundo.

Harry Mulisch. El descubrimiento del cielo

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Es evidente que en cualquier momento puede suceder cualquier cosa; todo el mundo vive de un día para otro en la plena confianza de que todo seguirá eternamente igual, y, de repente, todo cambia.

Harry Mulisch. El descubrimiento del cielo

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Quien regresa de un viaje aún lleva consigo las distancias recorridas como alas extendidas, hasta el instante en que introduce la llave en la cerradura de su puerta. Entonces las alas se pliegan de nuevo y uno vuelve a estar en casa, como en el punto central de un infranqueable anillo de acero en el horizonte. En el momento en que alguien cierra la puerta tras de sí, ya no puede imaginarse haber estado nunca fuera. Todo está como lo dejó: el recibidor, la escalera, la barandilla.

Harry Mulisch. El descubrimiento del cielo

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—¿Un libro interesante? —preguntó ella, alzando la vista.
—Más de lo que seguramente imaginas. Pertenece a esa especie de libros que me redactan los gnomos. De noche, cuando duermo.

Harry Mulisch. El descubrimiento del cielo