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—¿Cómo voy a entender si no me explica? —le reclamé airadamente pero con el suficiente cuidado de no mencionar para nada su inmortalidad. Pero ya era tarde, él iba de vuelta dejándome otra vez, como única respuesta, la vista de su espalda bamboleándose de un lado para el otro.
Francisco Montaña Ibáñez. No comas renacuajos
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Así es que, cuando ya era hora de levantarnos, me pareció que me había acabado de dormir y que la luz azul de la luna me había dejado el cuerpo ablandado.
Francisco Montaña Ibáñez. No comas renacuajos
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Yo solo quería saber cómo se llamaba y darle las gracias. Cuando estuvo lejos se volvió hacia mí y me disparó muchas veces haciendo una pistola con la mano. Yo no sabía qué hacer, pero como él seguía disparándome, me imaginé que lo mejor era caer muerta.
Francisco Montaña Ibáñez. No comas renacuajos
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