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Treinta segundos más tarde, volvieron a tocar a la puerta con algo más de convicción, esta vez el ruido sirvió para despertarlo. O mejor, para abrirle las puertas del entresueño, ese territorio incalculable donde patina la consciencia entre la soledad en estado puro y la soledad a secas.

Iosi Havilio. Estocolmo

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