De hecho, los superlativos más comunes le bastaban a Standish para describir mentalmente el viaje. Había cosas que no podían ponerse en palabras, como los colores del atardecer, el suave oleaje del mar y la galaxia de estrellas en los cielos por la noche. En cuanto al resto: el camarote que le habían asignado, la comida, el aire, la litera no muy blanda con sus sábanas limpias y sus mantas fragantes, todo le parecía maravilloso, magnífico y fantástico.
Herbert Clyde Lewis. El caballero que cayó al mar
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