—¿Sombrero y caballito? —dijo el hada sin mirarme.
—¿Qué cosa? —pregunté yo.
Y me quedé muy asombrado. Siempre había pensado que las hadas hablaban un idioma rarísimo: idioma de hadas. Por lo menos eso es lo que aseguraba la abuela.
—¿O era caballo y sombrerito? —siguió el hada, moviéndose inquieta.
Yo no supe qué decir. Pero intenté ser amable: no todos los días un hada de verdad se aparece en el patio de uno.
Graciela Cabal.
Las hadas brillan en la oscuridad
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