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Nadie dijo nada. Todavía resplandecíamos gracias al inesperado béisbol, al largo y perfecto día de verano y a toda esa cantidad de helado. Una penumbra de ensueño se posó sobre los maizales al tiempo que el sol caía como si el aire hubiera atrapado la luz y esta se hubiera hecho espesa. El único ruido que se oía a kilómetros a la redonda era el sereno chirriar de los grillos y el sonido de nuestro auto rompiendo la quietud. No sé. No sé. ¿Cómo es posible no amarlo todo?

Polly Horvath. Las vacaciones

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